Rodrigo Rato
Rato fue elegido diputado por Cádiz en 1982 y portavoz del Grupo Popular en el Congreso en 1989, cuando AP pasó a denominarse Partido Popular (PP). Su perfecta sintonía con José María Aznar, presidente del partido desde 1990, sería decisiva para su desarrollo político en las filas de la oposición. Ese mismo año, una hábil negociación de Rodrigo Rato desembocó en la venta de la Cadena Rato a la ONCE por 500 millones de pesetas.
Las elecciones de marzo de 1996 supusieron la victoria del PP y, dos meses más tarde, Aznar consiguió su investidura como presidente del gobierno al recibir el apoyo de las minorías catalana y vasca. Rato obtendría un primer triunfo político a raíz de sus hábiles negociaciones con el conseller de la Generalitat de Catalunya Joaquim Molins, que desembocaron en el acuerdo de colaboración firmado entre Jordi Pujol y Aznar.
Si bien en un primer momento la llegada del PP al poder provocó una caída de las bolsas, que en la de Madrid alcanzó los 16,8 puntos y en la de Barcelona los 14,3, el primer objetivo que se marcó el nuevo gobierno fue la recuperación de la economía. Y ahí iba a desempeñar un papel decisivo el saber hacer de Rodrigo Rato.
Al frente de la economía española: En la primera legislatura (1996-2000) Rato desempeñó la doble función de vicepresidente segundo del gobierno para Asuntos Económicos y de ministro de Economía y Hacienda. En la segunda legislatura (2000-2004) fue designado vicepresidente primero, en tanto que asumía también la cartera de Economía, ahora ya sin la competencia de Hacienda, convertida en departamento autónomo.
Tras apenas un año del PP al frente del gobierno, los indicadores económicos mostraban una clara mejoría, a lo que contribuyó la rebaja de los tipos de interés, el control de la inflación y el descenso de los índices de paro. Al finalizar la primera etapa en el gobierno, Rato tenía buenos motivos para estar satisfecho de su gestión: la economía española había alcanzado una tasa de crecimiento del producto interior bruto (PIB) del 4,1 %, la segunda más alta de la Unión Europea.
Cuando sólo había transcurrido un año de la segunda legislatura, el mundo occidental se vio sacudido por los atentados del 11 de septiembre en Nueva York, con importantes consecuencias para la economía. Mientras la recesión se hacía realidad en Estados Unidos y la desaceleración en Europa, Rato anunciaba para España tasas de crecimiento en torno al 2 %. Pero en la trayectoria del ministro que saneó las cuentas públicas, lideró el proceso de adaptación al euro, reformó el impuesto sobre la renta de las personas físicas (IRPF) y redujo el desempleo, también hubo zonas de sombras, algunas de ellas de gran impacto mediático.
El «caso Gescartera»: El mundo de los negocios ya había dado más de un quebradero de cabeza a la familia de Rodrigo Rato. Entre ellos, el más sonado fue el caso de evasión de divisas, bajo la cobertura del Banco Siero, que llevó a la cárcel a su padre y a su hermano mayor en 1967. Tan sólo llevaba un año como ministro cuando, en 1997, se vio implicado en el «caso Rebecasa» (Refrescos y Bebidas de Castilla, S. A.). La empresa, propiedad de la familia Rato, debió hacer frente a una querella criminal ante el Tribunal Supremo tras una fraudulenta suspensión de pagos.
En 2000 salió a la luz el préstamo de 3,15 millones de euros concedido por la Hong Kong and Shanghai Bank Corporation (HSBC) a Muinmo, S. L., empresa familiar en la que Rodrigo Rato participaba con un 33%. Este préstamo, conseguido con condiciones muy favorables para el prestatario, era fruto de las excelentes relaciones entre altos cargos del PP y el banco británico.
Un año después estallaría el mayor escándalo económico en el que se vio envuelto el ex ministro: el «caso Gescartera». Esta sociedad gestora de carteras, creada en 1992 y reconvertida en agencia de valores en 2000, fue finalmente intervenida por la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) en 2001. Gescartera era responsable de una estafa de casi 20.000 millones de pesetas a más de dos mil personas o entidades, poniendo al descubierto una trama en la que estaban implicadas personas cercanas al PP, la ONCE e incluso la Iglesia católica.
A pesar de las duras críticas de la oposición a la labor de Rato y las reiteradas invitaciones a que dimitiera de sus cargos en el gobierno, su innegable habilidad política le hizo salir una vez más indemne. Sin embargo, cuando la segunda legislatura del PP llegaba a su fin, Rato hubo de ver cómo su compañero de partido Mariano Rajoy le arrebataba la participación en la carrera electoral frente al socialista José Luis Rodríguez Zapatero.
Director gerente del FMI: Sólo dos meses después del triunfo electoral del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), Rato había sido tocado de nuevo por su buena estrella. El 5 de mayo de 2004 los veinticuatro miembros del consejo ejecutivo del Fondo Monetario Internacional (FMI) lo designaron por consenso director gerente de la entidad. Un cometido con una duración de cinco años, aunque con posibilidad de reelección. Rato se unía así a la selecta nómina de españoles al frente de organismos políticos internacionales, en la que fue precedido por Javier Solana (OTAN) y Federico Mayor Zaragoza (Unesco).
La candidatura de Rato estuvo apoyada, fundamentalmente, por los ministros de Economía y Finanzas de la Unión Europea. A raíz de su elección, también se comentó sotto voce el posible aval con el que contaría del club de Bilderberg, delegación europea del grupo masónico estadounidense Council on Foreign Relations (CFR), encabezado por el ex secretario de Estado Henry Kissinger. Tampoco pasó desapercibido para la prensa el apoyo recibido por el Grupo Prisa, claramente favorecido por la gestión de Rato.
La tarea de Rodrigo Rato al frente del FMI le obligaba a enfrentarse a problemas tan espinosos como la subida del precio del petróleo o el incremento del precio del dinero en Estados Unidos, con su evidente repercusión en la deuda externa de los países en vías de desarrollo. Considerado un buen conocedor de la problemática de Latinoamérica, era en los países de este área donde su gestión se veía con mayor esperanza. Argentina, deudor de 88.000 millones de dólares, o Brasil, cuya deuda era superior al 80 % de su PIB, confiaban en que Rato emprendiera una democratización del organismo.
La consideración de las circunstancias sociopolíticas de los países deudores, y no sólo de los indicadores macroeconómicos, sería un gran avance en este sentido. Rato, por su parte, se ofrecía para el diálogo con el G-24, que engloba a países en vías de desarrollo, mientras manifestaba en repetidas ocasiones su deseo de contribuir a la estabilidad financiera mundial, un objetivo que impregnaba el espíritu del FMI, la organización fundada en 1945, tras la reunión de Bretton Woods, en unos tiempos en los que no soplaban buenos vientos para la economía.
A diferencia de otros miembros de su partido que, como él, poco a poco irían ganando posiciones de vanguardia en el gobierno español, la imagen de Rodrigo Rato fue siempre discreta, más propia de un tecnócrata que de un político de masas. Pero es precisamente esa actitud, que pudiera verse como fría o distante, la que le permitió durante bastantes años resistir incólume a los embates de la política cotidiana, e incluso salir a flote tras el naufragio electoral del 14 de marzo de 2004. Mientras José María Aznar, el hombre al que prestó su «materia gris» en el terreno económico, perdía protagonismo social, Rato se siguió desenvolviendo con fortuna en la arena política mundial a la cabeza del Fondo Monetario Internacional (FMI), organismo que dirigió hasta 2007, año en que presentó su dimisión alegando motivos personales.
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