Fernando María Castiella
Adscrito a la derecha monárquica y ultracatólica, al estallar la Guerra Civil española (1936-1939) se encontraba en Madrid, desde donde consiguió pasar a la zona nacional e incorporarse al ejército de Franco como oficial de Estado Mayor, cargo que desempeñó durante toda la guerra.
Al finalizar la contienda ocupó la cátedra de Estudios Superiores de Derecho Internacional de la Universidad de Madrid y fue nombrado miembro del Tribunal Permanente de Arbitraje Internacional de La Haya. Se desempeñó además como embajador en Perú y ante la Santa Sede (1951-1957), donde dirigió las negociaciones para la firma del Concordato España-Ciudad del Vaticano (1953).
Entre febrero de 1957 y octubre de 1969, durante cuatro gobiernos consecutivos, ocupó el cargo de ministro de Asuntos Exteriores. A lo largo de su gestión se esforzó en modernizar y profesionalizar la diplomacia española, insuflándole energías renovadas. Sus preocupaciones principales fueron mejorar la relación con los países vecinos, particularmente Francia (con la situación marroquí siempre presente) y Marruecos.
Castiella impulsó asimismo la integración de España en las instituciones y organismos europeos y supranacionales, logrando el ingreso de España en la OCDE y en el Fondo Monetario Internacional, y trató inútilmente de resolver el conflicto gibraltareño. En 1976 ingresó en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.
Legado: Su legado, según el historiador Florentino Portero, es el de la incorporación plena de España al proceso de integración europeo, así como «el mantenimiento de un vínculo trasatlántico que dotara, tanto a España como al conjunto de Europa, de una garantía de seguridad frente a la amenaza del comunismo soviético». También incluye una serie de enfrentamientos en el propio gobierno, relacionados con temas como la abolición de la pena de muerte, la revisión de los convenios con Estados Unidos y la descolonización de Guinea y del Sahara, último ejemplo que llevaría a su cese. «Para un hombre con un fuerte sentido del deber y del servicio a la Nación, aquellos años vividos en el Palacio de Santa Cruz debieron ser difíciles y, a menudo, muy ingratos." Portero considera que "Castiella representa la madurez de la política exterior española, con sus contradicciones e inevitables tensiones. Durante décadas, en la dictadura o en la democracia, nos hemos movido dentro de los escenarios que él esbozó y a través de diplomáticos que, en gran medida, se formaron con él o en su legado. El nombre de Castiella está intrínsecamente unido a la acción exterior de España tras la Segunda Guerra Mundial, una España que vuelve a sentir la atracción europea y que se enfrenta al reto de la modernización».
Según Marcelino Oreja Aguirre, la voluntad de Castiella de perseguir una política exterior a largo plazo y objetiva que trascendiera el sistema a corto plazo no fue siempre congruente con la política interior del país. De acuerdo con Sepúlveda Muñoz, durante su mandato la política exterior española proyectó una retórica de la doctrina de la Hispanidad más agresiva que la empleada durante el mandato de su antecesor Alberto Martín Artajo, aunque sin alcanzar los extremos del periodo de Serrano Suñer como ministro de Exteriores.
Sus posturas en lo referente a la cuestión de la descolonización encontraron fricciones con las defendidas por Luis Carrero Blanco.
Según Celestino del Arenal, Castiella persiguió como ministro una desideologización de la política exterior y de la política hispanoamericana. El autor también señala que varios rasgos de la política exterior desarrollada durante la España democrática ya se encontraban en la política exterior de Castiella.
En Fuenterrabía con el ministro francés Maurice Couve de Murville |
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